Los colores
rojizos abren El matadero de Esteban
Echeverría (1805-1851). La sangre y la lucha, la violencia, el físico, el
cuerpo a cuerpo están en las primeras páginas de la tradición literaria
argentina. Pero también el comienzo da cuenta de la abstinencia de carne —la
cuaresma—. La escasez de carne es el disparador para buscarla. La “guerra
intestina entre estómagos” pone en escena una forma de gastronomía local: el
placer de comer va de la mano con la lucha. Los huevos del toro y los pedos del
pueblo, alimentado a porotos y pescado, sin carne. Necesitamos la carne de vaca
con desesperación y abuso: somos carnívoros. Y la declaración de Matasiete: “a
nalga pelada denle verga”, para asistir a la violación (no consumada) del
unitario por parte de los federales. La sodomía está en el comienzo. Verga y
puñal marcan el despertar, por lo tanto, el placer —del comer y sexual— es
inescindible de la violencia, como también se pone en evidencia en La refalosa de Hilario Ascasubi. (1807-1875).
La única
posibilidad de expresión de placer en el plano local viene de la legitimidad de
lo bárbaro en lo civilizatorio: de la fascinación. El erotismo es
sadomasoquismo. La gastronomía es carnívora y etílica. El matadero como espacio
de placer se representa como geografía de exceso y transgresión de la ley; por
ende nuestra forma de representar el placer interioriza la violencia y el
caudillismo en vivencia del placer/ dolor.
Estracto de Fernández,
Luis Diego.; La
perversión textual,
http://reconstruyendoelpensamiento.blogspot.com.ar/2011/10/la-perversion-textual-por-luis-diego.html
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