miércoles, 22 de julio de 2015

CORRER Y PENSAR / PENSAR Y ACTUAR

Reflexiones comparadas sobre el oficio del actor.

1. A modo de calentamiento


Corro. Casi desde siempre. Corro por placer claro, por gusto. Desde que tengo 15 años. Desde que mi primo Federico me inspiró a hacerlo. Un lunes me dijo:
“Hay una carrera el fin de semana, ¿venís?”. Comencé a correr el martes y el sábado siguiente completé, no sé cómo, los diez kilómetros del evento. En fin, así, de la nada, comienzan muchas cosas, o al menos así me lo cuento a veces, porque quién sabe qué largo y “subterráneo” camino realiza una idea, “un impulso”, hasta el preciso momento en que se manifiesta en el mundo visible. La cuestión es que corro desde hace mucho tiempo; desde antes de que el “running” se convirtiera en una de las estrategias de marketing más exitosas de la historia para vender todo tipo de artículos relacionados y no. Mucho antes de dedicarme al teatro ya gastaba zapatillas en el cemento y en los parques porteños. He corrido desde 10 a 15 km diarios a modestos 3 o 4. En los últimos años, he pasado períodos sin hacerlo por dolores de espalda pero en mi imaginación, quizás por negación, nunca paré. Corrí en mis últimos años de secundaria, como “Forrest Gump”, para transportarme de un sitio a otro de la ciudad y de una manera muy peronista: del colegio al trabajo y del trabajo a casa. He corrido los 42 km del maratón y muchas carreras cortas de hasta 15 km sólo por el placer de hacerlo.
Corrí de mañana, muy temprano, de tarde, por las noches y hasta de madrugada detrás de un camión recolector de basura en un tiempo en que disfruté profundamente esas mini carreras laborales y nocturnas.
Corrí aun cuando un maestro me preguntó para qué corría, si, según él, debía hacerlo sólo cuando tuviera que escapar de algo. No lo contradije porque muchas veces lo hice para, efectivamente, huir de algo, pero en fin… ése ya es otro tema.
Siempre practiqué muchas actividades físicas —no sólo deportivas— y encontré en el correr una muy simple y autónoma. No hay más que ponerse un par de zapatillas y salir por ahí. No se necesita nada más, ni siquiera un rumbo. Conocí y transité así, durante los viajes, por ejemplo, diferentes lugares: ciudades, pueblos, barrios. Hice amistades corriendo, una de ellas muy importante en mi vida. Todo esto sin contar que justamente por su simplicidad mecánica, por su condición repetitiva (más allá de las variaciones posibles de factores externos e internos) correr propicia, de una manera muy precisa, un estado cuasi meditativo que devela, si uno está despierto, la esencia de la relación cuerpo-mente y su injerencia en las diferentes actividades de la vida.
 

2. La partida
 
Para quien escribe, una de estas “actividades de la vida” es el oficio de actor. Como en casi todas las técnicas de comportamiento (de uso cotidiano o no, artísticas o no), en el “running” se observa una estructura de funcionamiento provocada por unas variables determinadas que podemos analizar, revalorizar y utilizar como herramientas para una actividad distinta de la original: en este caso particular, la labor actoral.
Cuando comencé mi formación como actor, la comprensión de ciertas analogías entre diferentes técnicas y objetivos de comportamiento, no exclusivamente escénicos, fue fundamental para mi búsqueda. Siempre pensé que la mejor manera de desentrañar un objeto es a través de otro. La estimulante necesidad de asociación y la observación múltiple son recursos muy potentes para el desarrollo del conocimiento, además de ser, por otro lado, estrategias muy teatrales. Efectivamente, como actor o director de teatro, lo que intento es despertar la atención del espectador a partir de la vinculación entre diferentes temas y formas. La esencia de lo dramático se define en la “tensión” entre elementos que al componerse (con-ponerse, ponerse juntos) producen uno nuevo.
Correr no es actuar. Los sucesos que acaecen en el accionar de un actor son muy variables y diversos; correr es una actividad, en un sentido, de complejidad menor. Sin embargo, podemos ponerla bajo la lupa para comprender ciertas cuestiones referidas al trabajo actoral, tanto en el entrenamiento como en la performance escénica.

3. Primeros kilómetros: correr

  
Cuando uno corre, y lo hace con una cierta conciencia, no está sólo ejercitando el aspecto biomecánico de tal acción. Mejor dicho, la acción de correr no existe como posibilidad independiente de un desarrollo intelectual relacionado, necesario, re-elaborable y re-utilizable. 
Correr es una actividad que existe en nosotros como posibilidad natural dada por una estructura neuro-psico-motora preparada para ello. Pero esta acción está construida y condicionada en el marco de una cultura y, como toda acción de nuestro comportamiento, es desarrollada como técnica específica, tengamos o no conciencia de ello. En términos generales, nuestro comportamiento cotidiano no requiere de nuestra conciencia en un nivel máximo constante porque tenemos muchísimas respuestas neuro-motoras incorporadas. Sin embargo, es importante resaltar que esos mecanismos se aprendieron y aprehendieron en algún momento de nuestro desarrollo, y por consiguiente, todo nuestro comportamiento es el resultado de una técnica que abarca, además, muchas otras singulares. Nuestro comportamiento cotidiano no es otra cosa que una técnica específica generada e incorporada a partir de nuestras características genéticas individuales y las sociales contextuales en sus diferentes grados. Dicha técnica incluye, por supuesto —y esto es acaso uno de los puntos más importantes de nuestras diferencias con otros seres vivientes— la posibilidad de modificarla, desarrollarla y re-aplicarla a otras circunstancias y necesidades.                            Al realizar esta acción, mejor dicho, esta secuencia de acciones (pues correr no es una acción sino la concatenación de n acciones unitarias y repetidas) de manera consciente, estamos, en primer término, conociendo nuestra técnica individual. Esto es, estamos re-conociendo cómo apoyamos los pies en el piso con relación a la posición de la cadera, qué distancia hay entre apoyo y apoyo, cómo flexionamos las rodillas, cómo distribuimos el peso, cómo contrabalancean los brazos el trabajo de las piernas, cómo trabajan nuestros hombros, cómo se mueve la cabeza, dónde miran nuestros ojos, cuál es la tonicidad de los diferentes grupos musculares involucrados, cómo se organiza nuestra respiración en relación al ritmo, entre otros elementos de esta acción. 
En segundo término, y como consecuencia de dicho re-conocimiento o re-flexión, fruto de la conciencia, podemos dar el primer paso para poder utilizar esta técnica adquirida y producir así una segunda culturización, es decir un aprendizaje de segundo orden: al reconocer las variables de distinto nivel que conforman una acción o un grupo de acciones de un comportamiento determinado, podemos operar sobre ellas para modificar la técnica según necesidades e intereses diversos. Así, se puede alterar los elementos que describí más arriba. Por supuesto, pude haberme olvidado de alguno pero lo importante es saber cuáles son los que identificamos para producir las variantes buscadas. Entonces, estas alteraciones de los elementos formales constitutivos de la carrera, más las variables de tiempo y espacio (aplicables a todas las formas) producen una o varias “nuevas” maneras de correr.               Este ejercicio consciente de reconocimiento primero y su alteración (casi una composición) después, es el que comienza a develar, entre otras cosas, que el trabajo corporal entendido en su complejidad y complementariedad, produce por sobre todo un desarrollo intelectual referido a la acción realizada pero además puede operar como modelo para el aprendizaje y la incorporación de contenidos y objetos distintos. “Todo está en todo”(1) diría el maestro.      No descubro nada nuevo (aunque no está de más recordarlo) si propongo considerar que el desarrollo intelectual de una persona está muy relacionado con su desarrollo sensoriomotor enmarcado en las técnicas de comportamiento, cotidianas y especializadas.(2)  

4. Un poco de agua: condiciones generadoras y resultante material

Ya sea que corramos con nuestra técnica incorporada en primer orden o con una de segundo o tercer orden, la conciencia y la operación sobre las variables cualitativas y cuantitativas (tiempo y espacio), son las condiciones generadoras de la carrera. Las consecuencias observables y percibidas (por uno mismo o por uno o más observadores externos) del funcionamiento de estas condiciones son la resultante material.
Correr es una unidad y tanto las condiciones generadoras como la resultante material no existen de forma separada sino que las primeras están comprendidas en las segundas, pero podemos diferenciarlas para entender algo que considero importante: no se puede operar desde la voluntad sobre la resultante material; el trabajo del corredor en el entrenamiento o en una situación de competencia es concentrarse en las condiciones generadoras. No podemos decir “quiero correr de tal o cual forma” y hacerlo; no podemos arribar al resultado biomecánico, estético y emocional que producimos, sólo desde el deseo o la idea de hacerlo. Lo que sí podemos hacer —y de hecho hacemos— es traducir esa idea o “deseo” a un campo concreto y operar con las variables cualitativas y cuantitativas de manera consciente. Nuestro trabajo posible está en la generación de las condiciones necesarias para que se produzca la acción. El resultado producido y percibido entra en un proceso de otro orden que, si bien está condicionado y modelado por las condiciones que generamos, escapa de nuestra capacidad de control debido a la variabilidad de los factores de la percepción propia y ajena.    

5. Volvemos al camino: actuar


Si pensamos ahora en el trabajo del actor podemos señalar, de manera análoga, que el resultado observable de su performance es la acumulación y combinación de varias acciones y estrategias puestas en práctica por él mismo a partir de sus herramientas poéticas y operativas, más aquellas tomadas del dispositivo escénico en el que esté inserto (obra, poética de un director, tradición, etc.). Estos elementos y estrategias son las condiciones operantes, que algunos teóricos llaman “pre-expresivas” y que, como señalamos en la labor del corredor, están comprendidas en el nivel de la expresión, de la integridad percibida, en este caso, por el espectador. Esas condiciones no están escindidas de la totalidad pero tanto el corredor como el actor pueden diferenciarlas en su proceso de trabajo para operar sobre y con ellas. No es la expresividad voluntaria del actor lo que define sus características. El actor genera su expresión de manera indirecta. Muchos espectadores —así como muchos actores y directores— piensan que la capacidad expresiva de un actor es producto de sus intenciones o de su voluntad en un sentido directo. Pero no es así, o por lo menos no lo es en su totalidad. Lo que hace el actor es crear y generar una serie de reacciones dinámicas a partir de formas, calidades, ritmos, tensiones y variaciones espaciales que son las que, compuestas, operarán sobre la percepción del espectador y son las que definen el resultado expresivo. 
Dicho resultado puede ser evaluado desde su eficacia, y en consecuencia, la del actor, pero se puede mal interpretar ésta como una respuesta exclusiva de sus intenciones, de su “querer expresar”, cuando es, en realidad, resultado de las operaciones que realiza. La verdadera tarea del actor (que sí depende de su voluntad) y la que define su capacidad -así como sucede con el corredor- está en generar y sostener las condiciones materiales, concretas y dinámicas de su accionar. Un actor más que ser debe estar en escena. Estar con toda su conciencia y lucidez para elaborar una realidad que sólo puede vivir en tiempo presente.
 

6. Cambio de aire

La idea de personaje puede generar confusión con relación al ser en la escena.
El concepto de encarnar un personaje, un otro, la de “ser otra persona”, es muchas veces, desde mi punto de vista, un concepto mal utilizado. Esa confusión
con asiento en el Romanticismo- pero persistentemente sostenida en discursos y acciones contemporáneas- se apoya en el abuso de la utilización de los sentimientos, las intenciones personales, la identificación personal con el personaje, y en el mal uso por desconocimiento de la naturaleza del funcionamiento de las emociones, como herramientas del trabajo del actor.
El concepto de personaje no está ligado necesariamente a la idea de representación, de identificación con una referencia externa, de reflejo de un otro.
Personaje viene de la palabra en latín persona, que significa máscara, empleada para un personaje teatral. El latín lo tomó del etrusco, phersu y éste del griego πρόσωπον, prospora, máscara. Técnicamente una máscara es un objeto (no necesariamente una máscara literal) con el cual el actor toma contacto y reacciona con su cuerpo-mente. Un texto es una máscara, un objeto es una máscara, una imagen precisa es una máscara. La eficacia de esta re-acción se va a manifestar en un comportamiento que, teniendo como punto de partida el del actor, toma la forma y la dinámica del objeto.
Un actor disponible, en cuerpo y mente, va a ser un canal singular para el objeto. Canal porque va a ser soporte material y vital para el objeto, y singular porque en esa disponibilidad sólo puede partir de su individualidad. 
Un personaje puede ser una aproximación subjetiva a un modelo de persona o de comportamiento externo que opera como referencia pero es, en primer lugar, una construcción original generada por acciones específicas y materiales. El actor debe estar (no ser), con toda su atención y disponibilidad, para el personaje.                                                                                                                      


7. Últimos kilómetros 

Según lo expresado, entonces, estar en escena no se construye desde la intención de estarlo sino a través de acciones concretas que lo posibilitan, las condiciones operantes. Así como el corredor corre accionando sobre el camino de manera múltiple, consciente y complementaria, el actor actúa sobre la escena. Crea, activa y organiza sus imágenes concretas para determinar las calidades y cualidades de la forma, el tempo y el espacio de sus acciones externas; desequilibra la simetría de su cuerpo para desarmar la percepción del otro; construye sistemas de fuerzas opuestas que sostengan su estar de una manera frágil y potente a la vez; retiene y modela su energía, nunca la pierde;  dispone su centro y escucha —sin mostrarlo— su presente total y el de su derredor.  
Las diversas condiciones sobre las que trabaja se despliegan en una danza, homogénea pero múltiple, que intenta cautivar al espectador, estimular sus mundos de representación e incitarlo a “danzar” a partir de las diferentes formas y sentidos presentados.
El proceso intelectual puesto en marcha por al actor en su tarea, más allá de ser requisito, es puro proceso.
El actor desarrolla, como el corredor o cualquier oficiante o artesano, una manera de pensar específica y paradójica, que se define por una acumulación paulatina a lo largo de un período de aprendizaje, entrenamiento o de ensayos. Además, su manera de pensar se restituye como proceso en cada objeto singular que produce -su desempeño en cada función de un espectáculo determinado, por ejemplo-, o en cada una de las partes de esa construcción. Es justamente este proceso de pensamiento específico sobre todos los estratos de su accionar, más un cuerpo disponible a estos estímulos, lo que define su respuesta y su eficacia expresiva.

8. La llegada: estructuras y superficies

Correr, como dije, no es actuar. De hecho, muchas prácticas y ejercitaciones específicas del arte escénico tampoco son actuar. Pero a una actuación completa, que sin duda es un objeto donde la totalidad es más que la sumatoria de los elementos que la conforman, sólo se puede arribar, desde mi punto de vista, a través de éstos, a través de su materialidad. 
Intenté aquí reflexionar sobre los aspectos que conforman el desempeño y el resultado perceptible de un actor a partir del establecimiento de algunas analogías con una actividad que, sin bien puede a veces estar incluida o rozar algunos puntos del arte escénico, no lo define en absoluto, ni es necesariamente constitutiva del mismo. Podría haber planteado esta analogía con otras actividades, circundantes o no al teatro. Pero en definitiva lo que intenté destacar es la relación entre la estructura y la superficie al interior de una actividad determinada, así como la que sucede entre las estructuras o funcionamientos similares en objetos que, en sus superficies, en sus “accidentes”, son disímiles.  Las superficies -aquello que se ve o se percibe en el arte escénico- son muy diversas y se presentan en diferentes niveles, muchos niveles. Pero ¿cuáles son aquellos elementos constitutivos, generales y comunes que soportan la diversidad? ¿Cuáles los mecanismos primarios que ponen a funcionar la “máquina”?
No se trata de ni de reducir ni de igualar. Tampoco de destruir la singularidad de las cosas, los procesos y los sujetos que los producen, en este caso, la singularidad de un actor y su actuación. Se trata de explorar parte de la belleza del funcionamiento de las entidades y la lógica misteriosa de la danza de las formas y de las estructuras que las sostienen; de todo aquello que dialoga para construir lo que percibimos y que define nuestra relación con el mundo. 

Diego Starosta,
Buenos Aires, Julio de 2015


Notas:
(1) …“Y esto es lo que significa todo está en todo; la tautológica de la potencia. Toda la potencia de la lengua está en el todo de un libro. Todo el conocimiento de sí en cuanto inteligencia está en el dominio de un libro, de un capítulo, de una oración, de una palabra”…
(Ranciere, Jacques, El maestro ignorante, ED. Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2007. Pág. 43)

  

(2) “En cambio, es esto lo que quiero mostrar: que no hay nada en el conocimiento que no haya estado primero en todo el cuerpo, cuyas metamorfosis gestuales, posturas móviles, cuya misma evolución imita todo cuanto lo rodea. Nuestro sabor nace de los otros que lo aprenden del nuestro, que de enseñarlo así lo recuerda y de exponerlo lo aumenta, en ciclos indefinidos de crecimiento positivo, en ocasiones bloqueado, sin embargo, por la estupidez de la obediencia. Gestual tanto como receptivo, por tanto activo más que pasivo, óseo, muscular, cardiovascular, nervioso…portador, ciertamente de los cinco sentidos pero con otras funciones que las de canalizar sus informaciones exteriores hacia un centro de tratamiento, el cuerpo recupera así una presencia y una función cognitiva propias, eliminadas por el par sentido-entendimiento, mientras que el mimo, implica la actividad sensorial.
En él reside el origen del conocimiento, no sólo intersubjetivo, sino de igual modo objetivo. No conocemos a nadie ni cosa alguna antes de que el cuerpo tome su forma, su apariencia, su movimiento, su habitus, antes de que entre en danza con su aspecto.” (Serres, Michel, Variaciones sobre el cuerpo, Ed. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2011. Pág. 77)


Agradecimientos: Carmen Campanario, Norberto Wilner, Carlos Fos, Federico Scharger, Mario Stivelman, Daniela Mena y Alejandro Starosta.