Un
decálogo ético.
Primero. Comencemos por
Aristóteles. El actor es un
artista en la medida en que su trabajo es una técnica, una capacidad para producir algo que
anteriormente no existía.
Segundo. “Eso” que anteriormente no existía es
una variación poética consciente de su cuerpo-mente en el espacio y en el
tiempo cotidiano, que produce, cuando está en escena, una variación poética en
el cuerpo-mente en el espacio y en el tiempo cotidiano de un espectador.
Tercero. El actor no se
define por representar —aunque pueda hacerlo—, sino por presentar. La
representación no es más que un modo (virtuoso y vistoso quizás, pero no
artístico) posible de presentación. El actor presenta un entramado de acciones
originales que definen una cualidad dinámica y narrativa.
Cuarto. Por lo tanto el
actor debe estar, no ser. Estar en el espacio y en el tiempo,
en la escucha de sus imágenes internas y aquellas externas, en sus decisiones y
construcciones, y en las de los que comparten el tiempo y el espacio con él. La
actuación no es solo portadora de una referencia, es presencia. El ser en un actor es una consecuencia de
su estar. Estar presente, aún invisible e inaudible, define la presencia de
un actor.
Quinto. La presencia de un actor es consecuencia de
su disolución en una práctica material diaria y profunda. Disciplina constante
y silenciosa del cuerpo y de la mente que persigue, primero, conocer y dominar
su instrumento para luego expandirlo.
Paradoja interminable del actor que rastrea su presencia más brillante
en la humilde tarea de ausentarse poco a poco de sí mismo.
Sexto. El actor que en
estado de labor consciente y constante busca la ampliación de sus perímetros siempre
experimenta —explicaría un maestro local—. Reflexión: la experimentación en un
actor no está, entonces, definida por la asociación banal y superflua a una
forma o resultado pre-definido, sino por el desarrollo de su propio recorrido en su contexto socio-cultural.
Séptimo. El actor es
profesional, antes que por obtener una remuneración monetaria a cambio, por
profesar sus propias expectativas (Del
latín professionem, y este del
infinitivo profiteri,
pro “hacia adelante” y fateri “confesar, proclamar”), es decir aquel
que profesa o decide ejercer de manera pública algo que le pertenece. Es
inherente a este profesar, aprender a ser autónomo: ser mentor, motor y
responsable de sus actos, más allá de (o justamente por) trabajar en una
grupalidad o bajo las directivas de un director.
Octavo. El actor moldea
el espacio de su labor en el espacio concreto que lo rodea. En ese instante
disipa la cotidianidad de dicha arquitectura. Habita y es habitado, y así ambos,
sujeto y objeto, se transmutan.
Pero así como el actor prepara su cuerpo-mente para la acción, prepara
el espacio que la contiene: limpia, ordena, ventila, ilumina para poder
construir y destruir aquello que aprende, ensaya y/o crea. Acciones cotidianas y
hasta banales pero que, más allá de su función pragmática, crean una
disposición particular y diferenciada para la tarea.
Noveno. Así con el tiempo
como con el espacio. El actor talla en un lapso cronológico, un
tiempo diferente, de naturaleza cualitativa, para el tejido de sus múltiples
acciones. Crea un presente total para su trabajo que tiene la potencia del mito si cada
día se re-significan prácticas, ensayos y obras a partir de la conciencia del
estar.
Décimo. Aclaraciones
(quizás obvias). Este orden no
define la jerarquía de los puntos esbozados. Donde digo actor, debe leerse
actor/ actriz/ bailarín/ bailarina/ performer / artista escénico en
general.
A diferencia de la moral, que es
un conjunto de normas establecidas en el seno de una sociedad, y que ejerce una
fuerte influencia en sus integrantes, ésta ética surge como tal en la interioridad de mi trabajo, como
resultado de mi propia experiencia y reflexión, y solo persigue presentarse
como una crítica posible al tema planteado.
Diego Starosta
Buenos Aires,
diciembre de 2017.Foto: Mauro Adrián Rossi